De
acuerdo a la clasificación tradicional de los seres, el género animal se divide
en dos: las bestias y el hombre (Esquema del árbol de Porfirio, filósofo
neoplatónico. Siglo III). Los primeros se adaptan a su entorno, en cambio el
hombre adapta su entrono para sí, y dicho entorno es doble: biológico y social.
La Ética influye para la conservación de ambos pues trata de valores
indispensables en nuestra relación para con los demás y con nuestro mundo.
Los
valores puedes ser morales, sociales, económicos, ecológicos, religiosos, estéticos,
jurídicos... (Cfr. Max Scheler). Los valores permiten a quien los posee llevar
una sana convivencia, una mejor toma de decisiones, nos ayuda a formarnos como
seres razonables y que en cierto
sentido nos humanizan, porque mejoran nuestra
condición de personas y perfeccionan nuestra naturaleza humana. Pero los
valores no son innatos, sino que se adquieren a lo largo de nuestra existencia
y en el entorno social y que al aceptarlos forman parte de nuestro ethos
cultural, de nuestra personalidad.
Al
decir que los valores (o los desvalores) son adquiridos, significa que la Ética
tiene una íntima relación con la educación que entre sus finalidades está hacer
que el individuo acepte libre y
conscientemente las normas, los principios y los valores que han de formar su idiosincrasia.
Por esto, en palabras de Sabater, “El hombre nace dos veces, una del útero
materno y otra del útero social” (Sabater, Fernando. “Ética para Amador”. Edit.
Ariel. 1991.), o sea, la sociedad nos moldea, o dicho de otra manera, cada
individuo se apropia de las características de su entorno sociocultural, o como
lo expresaron los ilustrados como Juan Jacobo Rousseau, “El hombre no nace ni
bueno ni malo, se hace bueno o malo”.
La
institución social que preferentemente debe educar en valores es la familia;
pero como en nuestro tiempo los padres, por comodidad o por necesidad han
renunciado a su responsabilidad de la educación en valores de sus hijos, se
hace necesario que la escuela intervenga en dicha formación, participando todos
los niveles: preescolar, primaria, secundaria bachillerato, profesional.
En
nuestros días pululan profesionistas capacitados, pero no educados; excelentes
abogados, ingenieros, médicos... pero muchos dejan mucho que desear en su
esencia de humanos. Las universidades son las encargadas de la formación de los
profesionistas, pero no se deberán de limitar a la simple instrucción, a la
simple enseñanza de materias, sino también a cómo adquirir sabiduría y cómo emplearla.
Esto es, bebe incluir en su tira de materias cursos de Ética y Deontología para
que los profesionistas no solo adquieran conocimientos propios de su profesión,
sino también y con el mismo nivel, rigor y exigencia, sean buenas personas y
buenos ciudadanos, ya que, parafraseando a Sócrates, “no basta formar
profesionistas, también hay que formar al hombre y al ciudadano”.