domingo, 2 de febrero de 2014

MÁSCARAS.

Un tema controvertido a lo largo en nuestros días y de la existencia individual y colectiva es la autenticidad moral; sin embargo me pregunto ¿existirá alguien totalmente congruente? Pienso que no, y ese valor, como otros muchos, sigue siendo un ideal.



En los diversos roles de nuestro cotidiano vivir nos vemos obligados a adoptar diversos comportamientos acordes al momento y a las circunstancias, es decir, usamos máscaras morales, máscaras de personalidad.



Los antiguos griegos llamaban “persona” a la máscara con la que se caracterizaban los actores en el teatro y que a la vez servía de altavoz. Con el cambio semántico persona significa el conjunto de características adquiridas por el individuo a través de la educación y que en conjunto forman su personalidad.
 



En el teatro, dos máscaras, una riendo y otra llorando son su símbolo, haciendo alusión con ello al personaje del actor.



Más-cara, significa más rostro, otro rostro. Es la figura de cartón, latex, madera u otro material para disfrazarse. Los rostros que se plasman pueden ser reales (regularmente de políticos como burla hacia ellos), o ficticios, o simples quimeras.



Por analogía, la palabra también se emplea para designar la apariencia que se vive, es otro yo para ocultar el verdadero yo.



Hay máscaras decorativas, otras para trabajo, para la defensa en la guerra, y tambien para el deporte de las luchas; pero las más difíciles de apreciar son las que solo son apariencias.
La vida es una mascarada, una gran obra de teatro en la que cada cual es protagonista de su propia obra y se adueña de la máscara que más le conviene de acuerdo al momento.


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