Un tema controvertido a lo largo
en nuestros días y de la existencia individual y colectiva es la autenticidad
moral; sin embargo me pregunto ¿existirá alguien totalmente congruente? Pienso
que no, y ese valor, como otros muchos, sigue siendo un ideal.
En los diversos roles de nuestro
cotidiano vivir nos vemos obligados a adoptar diversos comportamientos acordes
al momento y a las circunstancias, es decir, usamos máscaras morales, máscaras
de personalidad.
Los antiguos griegos llamaban “persona” a la máscara con la que se
caracterizaban los actores en el teatro y que a la vez servía de altavoz. Con
el cambio semántico persona significa
el conjunto de características adquiridas por el individuo a través de la
educación y que en conjunto forman su personalidad.
En el teatro, dos máscaras, una
riendo y otra llorando son su símbolo, haciendo alusión con ello al personaje del actor.
Más-cara, significa más rostro,
otro rostro. Es la figura de cartón, latex, madera u otro material para
disfrazarse. Los rostros que se plasman pueden ser reales (regularmente de
políticos como burla hacia ellos), o ficticios, o simples quimeras.
Por analogía, la palabra también
se emplea para designar la apariencia que se vive, es otro yo para ocultar el
verdadero yo.
Hay máscaras decorativas, otras
para trabajo, para la defensa en la guerra, y tambien para el deporte de las luchas; pero las más difíciles de apreciar
son las que solo son apariencias.
La vida es una mascarada, una gran obra de
teatro en la que cada cual es protagonista de su propia obra y se adueña de la
máscara que más le conviene de acuerdo al momento.
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